When it comes to on the internet betting, discovering a reliable and safe and secure online casino is necessary. With the rise of digital repayments, Mastercard has turned into one of the most preferred and extensively approved repayment approaches in the on-line betting sector. In this article, we will certainly guide you with the most effective (más…)
Uncategorized
Gambling Establishments with PayPal Deposits: A Practical and Safe And Secure Option
When it comes to on the internet gambling, gamers are constantly seeking trustworthy and hassle-free payment choices. PayPal has emerged as among the most prominent methods to down payment and withdraw funds in online gambling establishments. Using a smooth experience, PayPal offers a safe and secure and reliable technique for gamers to handle their (más…)
Discover the Exciting World of Online Gambling Establishments: Play for Free!
Are you prepared to experience the excitement and exhilaration of casino games without leaving the convenience of your very own home? Look no further than online casinos. With the surge of technology, playing casino games online has ended up being incredibly preferred. And the very best component? You can also bet complimentary! In this article, (más…)
Discover the Enjoyment of Free Casino Site Games Online
Are you trying to find a method to velki bet experience the excitement of a gambling establishment from the convenience of your very own home? Look no further than free gambling enterprise video games online. These virtual games enable you to play all your favorite online casino classics without spending a dime. (más…)
No Betting Deposit Benefit: Everything You Required to Know
For gambling enterprise fanatics, the world of on the internet betting uses limitless chances to win large and take pleasure in thrilling video gaming experiences. Among one of the most enticing facets of on-line gambling establishments is the wide range of rewards and promotions they supply to bring in brand-new players and keep existing ones engaged. (más…)
¿Qué es la “zona de confort” y cómo sobrevivir a ella?

La “zona de confort” no es un lugar físico, sino que es un estado mental en el que una persona se siente tranquila y segura, sin miedos, pensando que lo tiene todo bajo control.
Esta zona está llena de rutinas, hábitos, días repetitivos… no se asumen nuevos retos, en todo caso se miran como si fueran sueños inalcanzables e improbables. Por lo tanto, el desarrollo personal se estanca, empieza la monotonía, apatía, desmotivación y con ellas un bucle de pasividad ansiosa que acaba afectando a la autoestima de la persona así como sus relaciones.
“La zona de confort es como la arena de la playa: allí nos encontramos genial, pero no crece nada”.
A pesar de ello, la zona de confort es beneficiosa si pasamos cortos periodos de tiempo en ella, regenerando nuestros recursos personales y mentales, ya que el cerebro ahorra energía creando automatismos que nos permiten “no pensar”, como cuando nos duchamos, fregamos los platos, conducimos,… no necesitamos toda nuestra atención en ello y así nuestro cerebro nos permite prestarle atención a otras cosas. De este modo, la zona de confort nos prepara para volver a asumir nuevas metas. Es peligrosa sólo cuando se activa el “chip automático” gracias a la comodidad que ofrece estar en ella y dejamos de exigirnos esfuerzo personal, evitamos situaciones novedosas, no toleramos algo que nos produzca incertidumbre, etc. por ejemplo: no nos apuntamos al gimnasio, no pensamos en un cambio de trabajo, no nos atrevemos a dejar nuestra relación actual, etc.
Al igual que existe una “zona de confort”, también existe una “zona de crecimiento”. No son zonas necesariamente opuestas, sino que la zona de crecimiento sería una zona de confort ampliada.
Para llegar de una a otra hay que dar varios pasos:
La que encontramos inmediatamente al salir de la zona de confort es la ”zona del miedo”.
El límite entre estas dos zonas es el más difícil de superar y mantenerse sin volver atrás, debido al miedo que provocan las situaciones novedosas o la incertidumbre, que nos provocan el deseo de volver a nuestra zona de confort. En esta zona de miedo podemos sentir:
- Falta de autoconfianza
- Pensar en fracasos del pasado
- Dar excesiva importancia a opiniones ajenas
- Ponernos excusas
- No tolerar la frustración
Si superamos esta fase, llegamos a la “zona de aprendizaje”, donde adquirimos nuevas habilidades, confrontamos los problemas que surgen, exploramos nuestros límites, etc. Es una etapa de descubrimiento y expansión:
- Aceptamos nuevos retos y problemas
- Aprendemos conocimientos y habilidades
- Te sientes cómodo/a en situaciones que antes no
- Toleras la frustración e incertidumbre
Tras un tiempo integrando estas nuevas habilidades en nuestros recursos, llegamos a la “zona de crecimiento”, la cual se convierte en nuestra nueva forma de vida:
- Nuevos objetivos
- Mejores hábitos
- Buen manejo en situaciones novedosas
- Retomas el control de tu vida
- Afrontas los problemas sin miedo
¿Cómo salimos de la zona de confort?
- Identifica tu zona de confort: situación en la que estás “demasiado cómodo/a” y no eres productivo/a:
o Dejas pasar oportunidades.
o La procrastinación invade tu vida: tienes muchas cosas por hacer pero no las empiezas, aplazas compromisos, cancelas citas en el último momento, etc.
o No modificas tu rutina.
o No tienes novedades que contar cuando hablas con familiares, amigos o pareja.
o Tienes sueños pero no objetivos.
o Sabes que no estás bien pero no crees que haya nada que pueda mejorar.
o Te ves igual ahora que en 5 años.
o Piensas que otras personas “están locas” o tienen más facilidades para dejar su rutina y hacer cosas nuevas. - ¿Dónde está mi mayor zona de confort?:
o Trabajo
o Pareja
o Tiempo libre
o Etc. - Establece un objetivo: dónde estás y a dónde quieres llegar:
o Sustituye tus excusas por razones.
o Cambia tu ambiente: personas, lugares, trabajo,…
o Revisa tus hábitos.
o Combate la procrastinación: empieza de menos a más.
o Proponte nuevas actividades.
Las emociones, cuestión de bienestar.

Las emociones son algo a lo que estamos acostumbrados desde que nacemos, conocemos las sensaciones que nos provocan pero tratamos con ellas inconscientemente.
Tienen una función adaptativa, es decir, aparecen porque algo cambia en nuestro entorno o en nosotros y nos motivan a actuar en la dirección adecuada. Por lo que ellas guían nuestro comportamiento diariamente, nos ayudan a sobrevivir.
Las emociones tienen tres componentes: el cognitivo, fisiológico y conductual.
El componente cognitivo hace referencia a la relación entre pensamiento y emoción: toda emoción se crea a partir de una interpretación de un hecho, de la forma en la que procesamos la información. Por ello nuestros esquemas mentales tienen un papel fundamental en nuestro estado de ánimo, ya que según evaluemos un acontecimiento podremos estar tristes, alegres, enfadados… y no es el hecho en sí lo realmente importante, sino el significado que le otorguemos.
La parte fisiológica se refiere a las reacciones que aparecen de forma involuntaria en nuestro cuerpo. Estos cambios pueden ser variaciones en el ritmo de la respiración, en la presión sanguínea, sudoración, etc. Dichos cambios particulares de cada emoción preparan al cuerpo para adaptarse a cada situación concreta.
El componente conductual recoge el comportamiento visible, las conductas que realizamos, el tono de voz, las expresiones faciales, etc. Que ayudan a los demás a saber cuál es nuestro estado de ánimo y a nosotros a actuar en consecuencia con lo que sentimos.
En muchas ocasiones tratamos de evitar las emociones que nos resultan desagradables como la tristeza, la rabia, la ira… sin embargo negarlas es lo que las convierte en disfuncionales ya que se instalan en nosotros sin cumplir su función, que es aceptarlas para poder entender qué nos lo está provocando y actuar en consecuencia.
Las emociones básicas son la alegría, tristeza, sorpresa, miedo, asco y la ira.
- La tristeza nos produce una sensación de pérdida, soledad, decepción,… Nos motiva a pedir ayuda y apoyo de los demás, a reintegrarnos para recuperar el bienestar.
- El miedo provoca incertidumbre e inseguridad. Nos dirige a actuar para evitar consecuencias negativas ante una amenaza que puede ser real o imaginada.
- La alegría genera seguridad y bienestar. Nos motiva a repetir esos acontecimientos que nos hacen sentir bien.
- La ira produce rabia, frustración. Nos empuja a defendernos, luchar contra los obstáculos que hay en el camino hacia nuestros objetivos y poner límites.
- La sorpresa provoca sobresalto y desconcierto. Nos motiva a dirigir la atención hacia algo novedoso, a explorar.
- El asco crea incomodidad y evitación. Nos provoca rechazo, que nos alejemos de algo que puede ser nocivo para nosotros.
Como vemos cada emoción lleva detrás un plan de acción concreto, por lo que debemos hacer caso de lo que sentimos, ser conscientes de cada emoción y no evitarla, sino descifrar lo que hay tras ella y actuar para restaurar nuestro bienestar.
La sobrevaloración de la motivación

¿A cuántas personas conocemos que se apuntan todo el año al gimnasio y van sólo dos semanas? ¿O les da por la cocina? se compran el kit completo para hacer su propio pan casero y en dos días están comprando otra vez el pan en el supermercado.
Con mayor frecuencia en esta época, se está cometiendo el error de sobrevalorar la motivación, de pensar que es la gasolina que nos impulsa y de la que dependemos para nuestro día a día.
La motivación depende de tener unos objetivos claros, para los que vamos a trabajar y/o disfrutar del proceso, pero no es lo que nos va a acompañar a lo largo del camino.

La palabra “motivación” deriva del latín donde “motus” significa “movido”, como en motor o terremoto, y el sufijo “-ción” indica “acción y efecto”, por lo que podría traducirse como “efecto de mover o arrancar”, indicando potencia pero efecto corto, no mantenido en el tiempo.
La motivación que sentimos al comienzo de un proyecto produce liberación de neurotransmisores como la dopamina, a la que nuestro cerebro reacciona como una droga, siempre quiere más para sentir ese estado de placer. Por ello las nuevas generaciones viven en el aquí y ahora, desean tener el premio inmediatamente sin esfuerzo ni demora, dependiendo únicamente de las sensaciones agradables de conseguir lo que quieren de forma fácil, abandonando objetivos lejanos o que requieren más trabajo.
Podríamos llamarlo el “síndrome del desmotivado”, que tienen todas aquellas personas que no son capaces de empezar o terminar un proyecto debido a que creen que deben sentirse continuamente motivados haciéndolo, y que si han perdido dicha motivación es porque no les llena realmente la meta y no deben seguir.
Como he comentado anteriormente, la motivación debe entenderse como una mecha, algo que nos impulsa al principio, pero que debemos continuar a base de esfuerzo y perseverancia. Además, la motivación no es categorial, no “está” o “no está”, sino que es un continuo en el que nos movemos, unos días con más y otros con menos.
Algo que nos puede ayudar a subir el nivel de motivación, es descomponer nuestro objetivo en pequeñas metas, así podremos ver cómo vamos cumpliendo pasos y premiándonos por ello.
Muchas veces encontramos personas que creemos imparables, motivadas continuamente, que todos los días dan el máximo en el trabajo, van al gimnasio, comen equilibrado, salen con sus amigos, etc. y pensamos “¿de dónde sacarán la motivación? Así yo también podría hacer todo lo que él/ella hace”.
Sin embargo, estas personas pueden ser las menos motivadas que nos vamos a encontrar, ya que en sus vidas, la motivación quedó atrás hace mucho, dejaron de depender de ella creando un hábito, sirviéndose de cinco capacidades: disciplina, esfuerzo, constancia, tolerancia a la frustración y adaptación.
Éstas son las joyas de la corona que lograrán que cumplamos nuestros propósitos, son el motor que se mantiene en continuo movimiento.
No estamos motivados, estamos comprometidos con nuestro objetivo, para el cual necesitamos usar nuestro tiempo y recursos (esfuerzo) durante un periodo no siempre determinado (constancia), sobre todo cuando no nos apetece o podríamos estar haciendo algo que nos gustara más (disciplina), cambiando nuestra forma de trabajar según varía nuestro entorno y condiciones (adaptación) y asumiendo que, a pesar de intentar dar lo mejor de nosotros, no todo el camino será una línea ascendente hasta la meta, sino que habrá errores que deberemos aceptar y continuar para subsanarlos (tolerancia a la frustración).
Recuerda, las personas a las que solemos admirar por sus logros no están motivadas, están comprometidas. “Cuando el esfuerzo se convierte en una costumbre, los éxitos se convierten en una constante”.
¿Por qué no me funciona el psicólogo?

Se suele pensar que un psicólogo es como una pastilla que nos quitará el dolor que sentimos o solucionará nuestros problemas, pero en una terapia influyen muchos más factores.
No es un proceso pasivo en el que el terapeuta nos hable y por arte de magia nuestros males se vayan, sino que es una cooperación, en la que el cliente debe tomar un papel activo en su propia evolución y avanzar con las herramientas proporcionadas por el psicólogo.

¿Cuáles son las creencias erróneas más frecuentes?
– Con acudir a consulta basta: en muchas ocasiones, la familia, amigos, pareja… de la persona le empujan a ir a terapia, o va porque le aseguran que le irá bien. Sin embargo, si no hay una predisposición, una actitud abierta al cambio, la terapia no tendrá efecto o será mucho menor que si la persona acude voluntariamente y con la disposición de avanzar. Además, podría tener una consecuencia negativa, que es que piense que ir al psicólogo no funciona y en el futuro descarte la idea, ya que no lo hizo en un momento adecuado.
– Si le ha funcionado a mi amig@, a mí también: cada persona es un mundo, tiene problemas distintos y una valoración subjetiva de los resultados. Aunque el psicólogo sea un profesional, puede que no conectes a nivel personal con él/ella, y esto es un aspecto decisivo en la terapia. Conseguir estar cómodo y sentirte comprendido/a es fundamental para que la intervención funcione.
– Llamaré al primer psicólogo que encuentre: todos los psicólogos están especializados en mayor o menor medida en un campo, por lo que acudir a uno que te ha recomendado un amigo/a al que le fue bien para superar una ruptura, por ejemplo, puede que no sea la mejor opción para tratar un problema con la comida.
– Sólo necesito un par de sesiones: el tiempo necesario para dar por concluida una terapia varía totalmente de una persona a otra y según el problema que tenga. Si se abandona el proceso antes de que el terapeuta lo aconseje, se quedarán áreas personales sin evaluar que pueden ser decisivas, en las que no se ha profundizado lo suficiente o sin que haya dado tiempo a consolidar los cambios.
– He acudido a una sesión y no me siento mejor, no creo que vuelva: teniendo en cuenta los factores anteriormente mencionados, tenemos que añadir el hecho de que la terapia es un procedimiento científico, por lo que la primera o primeras sesiones están dedicadas a hacer una evaluación personal, recopilar todos los datos posibles y crear una imagen clara y amplia del problema y los factores que influyen, para posteriormente idear un plan de acción e ir dotando al cliente de estrategias para promover los cambios necesarios.
Tomar la decisión de acudir a terapia es un momento muy importante, ya que estamos dando el paso que nos llevará a donde queremos llegar. Por ello hay que tomarlo con calma y evaluar bien todos los factores: a qué especialista acudiremos, si es el momento adecuado, si disponemos de la actitud y tiempo necesarios para trabajar en nosotros mismos, etc. Puede que a la primera no demos con el profesional perfecto para nosotros, pero eso no significa que la terapia sea inútil, sino que debemos probar de nuevo hasta que encontremos la horma de nuestro zapato.
Y ten paciencia, la terapia no es un interruptor, no entras a consulta y mediante un “click” tus problemas desaparecen, sino que es un proceso que necesita tiempo, constancia y esfuerzo, en el que siempre estarás acompañado/a y no sólo solucionarás tus dificultades, sino que aprenderás a prevenirlas y manejarlas por ti mismo/a.
¿Qué es la autoestima?

Detrás de cada comportamiento, pensamiento, emoción, etc. encontramos la autoestima, ella maneja el modo en el que actuamos con los demás y con nosotros mismos. Es un filtro a través del cual valoramos nuestras experiencias y cómo nos comportamos ante ellas, generando un sentimiento positivo o negativo hacia nosotros, si nos vemos competentes, lograremos aceptarnos.
La autoestima está formada por varios componentes, entre ellos el “autoconcepto” y la “autoimagen”.
El autoconcepto es la visión que una persona tiene de sí misma, de sus cualidades, según las situaciones que ha experimentado a lo largo de su vida. Consiste en el conjunto de características que sirven para definirnos, por ejemplo “soy inteligente” “soy alto/a”, “soy cariñoso/a”, etc.

No es innato sino que se va transformando frecuentemente según las experiencias que vivimos, empezando en nuestra infancia, la cual es uno de los periodos críticos.
Este concepto que formamos de nosotros mismos puede coincidir con la idea que los demás tienen de nosotros o no, incluso puede no coincidir con la realidad.
La autoimagen hace referencia a la propia percepción en conjunto, siendo una dimensión más reflexiva, valorativa. Es la representación mental, el resultado de agrupar los conceptos que tenemos sobre nosotros, sumando el cómo nos vemos, a lo que percibimos que los demás piensan sobre nosotros, es decir, la imagen que creemos que proyectamos. Serían las etiquetas que nos ponemos, por ejemplo “soy una persona honesta porque siempre digo la verdad y la gente confía en mí”. Es más estable en el tiempo que el autoconcepto, no se modifica tan fácilmente por hechos concretos (por ejemplo, si nos consideramos honestos porque siempre decimos la verdad pero un día puntual mentimos, nuestra autoimagen seguirá intacta, ya que es un hecho aislado) y también empieza a formarse en la infancia.
Estas dos dimensiones se integran formando la autoestima, un concepto más amplio y de carácter emocional. Podría decirse que es el concepto que tenemos de nuestra valía, la importancia que le damos a las cualidades que poseemos.
Se basa en todos los pensamientos, sentimientos y experiencias sobre nosotros mismos que hemos ido recopilando durante nuestra vida. Todo ello nos genera una imagen propia que produce un sentimiento positivo o negativo hacia nuestra persona. Dependiendo de ello, tendremos una actitud concreta hacia nosotros mismos: si nos aceptamos, crearemos una autoestima saludable, si no, tendremos una autoestima pobre que nos mantendrá en una lucha interna por salir de infravaloración.
Una vez introducida la autoestima como concepto, os animo a leer nuestro siguiente post en el Blog de Gavima: «¿De dónde nace la autoestima y por qué es tan importante?«.