La sobrevaloración de la motivación

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¿A cuántas personas conocemos que se apuntan todo el año al gimnasio y van sólo dos semanas? ¿O les da por la cocina? se compran el kit completo para hacer su propio pan casero y en dos días están comprando otra vez el pan en el supermercado.

Con mayor frecuencia en esta época, se está cometiendo el error de sobrevalorar la motivación, de pensar que es la gasolina que nos impulsa y de la que dependemos para nuestro día a día.

La motivación depende de tener unos objetivos claros, para los que vamos a trabajar y/o disfrutar del proceso, pero no es lo que nos va a acompañar a lo largo del camino.

La palabra “motivación” deriva del latín donde “motus” significa “movido”, como en motor o terremoto, y el sufijo “-ción” indica “acción y efecto”, por lo que podría traducirse como “efecto de mover o arrancar”, indicando potencia pero efecto corto, no mantenido en el tiempo.

La motivación que sentimos al comienzo de un proyecto produce liberación de neurotransmisores como la dopamina, a la que nuestro cerebro reacciona como una droga, siempre quiere más para sentir ese estado de placer. Por ello las nuevas generaciones viven en el aquí y ahora, desean tener el premio inmediatamente sin esfuerzo ni demora, dependiendo únicamente de las sensaciones agradables de conseguir lo que quieren de forma fácil, abandonando objetivos lejanos o que requieren más trabajo.

Podríamos llamarlo el “síndrome del desmotivado”, que tienen todas aquellas personas que no son capaces de empezar o terminar un proyecto debido a que creen que deben sentirse continuamente motivados haciéndolo, y que si han perdido dicha motivación es porque no les llena realmente la meta y no deben seguir.

Como he comentado anteriormente, la motivación debe entenderse como una mecha, algo que nos impulsa al principio, pero que debemos continuar a base de esfuerzo y perseverancia. Además, la motivación no es categorial, no “está” o “no está”, sino que es un continuo en el que nos movemos, unos días con más y otros con menos.

Algo que nos puede ayudar a subir el nivel de motivación, es descomponer nuestro objetivo en pequeñas metas, así podremos ver cómo vamos cumpliendo pasos y premiándonos por ello.

Muchas veces encontramos personas que creemos imparables, motivadas continuamente, que todos los días dan el máximo en el trabajo, van al gimnasio, comen equilibrado, salen con sus amigos, etc. y pensamos “¿de dónde sacarán la motivación? Así yo también podría hacer todo lo que él/ella hace”.

Sin embargo, estas personas pueden ser las menos motivadas que nos vamos a encontrar, ya que en sus vidas, la motivación quedó atrás hace mucho, dejaron de depender de ella creando un hábito, sirviéndose de cinco capacidades: disciplina, esfuerzo, constancia, tolerancia a la frustración y adaptación.

Éstas son las joyas de la corona que lograrán que cumplamos nuestros propósitos, son el motor que se mantiene en continuo movimiento.

No estamos motivados, estamos comprometidos con nuestro objetivo, para el cual necesitamos usar nuestro tiempo y recursos (esfuerzo) durante un periodo no siempre determinado (constancia), sobre todo cuando no nos apetece o podríamos estar haciendo algo que nos gustara más (disciplina), cambiando nuestra forma de trabajar según varía nuestro entorno y condiciones (adaptación) y asumiendo que, a pesar de intentar dar lo mejor de nosotros, no todo el camino será una línea ascendente hasta la meta, sino que habrá errores que deberemos aceptar y continuar para subsanarlos (tolerancia a la frustración).

Recuerda, las personas a las que solemos admirar por sus logros no están motivadas, están comprometidas. “Cuando el esfuerzo se convierte en una costumbre, los éxitos se convierten en una constante”.

¿Por qué no me funciona el psicólogo?

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Se suele pensar que un psicólogo es como una pastilla que nos quitará el dolor que sentimos o solucionará nuestros problemas, pero en una terapia influyen muchos más factores.

No es un proceso pasivo en el que el terapeuta nos hable y por arte de magia nuestros males se vayan, sino que es una cooperación, en la que el cliente debe tomar un papel activo en su propia evolución y avanzar con las herramientas proporcionadas por el psicólogo.

¿Cuáles son las creencias erróneas más frecuentes?

– Con acudir a consulta basta: en muchas ocasiones, la familia, amigos, pareja… de la persona le empujan a ir a terapia, o va porque le aseguran que le irá bien. Sin embargo, si no hay una predisposición, una actitud abierta al cambio, la terapia no tendrá efecto o será mucho menor que si la persona acude voluntariamente y con la disposición de avanzar. Además, podría tener una consecuencia negativa, que es que piense que ir al psicólogo no funciona y en el futuro descarte la idea, ya que no lo hizo en un momento adecuado.

– Si le ha funcionado a mi amig@, a mí también: cada persona es un mundo, tiene problemas distintos y una valoración subjetiva de los resultados. Aunque el psicólogo sea un profesional, puede que no conectes a nivel personal con él/ella, y esto es un aspecto decisivo en la terapia. Conseguir estar cómodo y sentirte comprendido/a es fundamental para que la intervención funcione.

– Llamaré al primer psicólogo que encuentre: todos los psicólogos están especializados en mayor o menor medida en un campo, por lo que acudir a uno que te ha recomendado un amigo/a al que le fue bien para superar una ruptura, por ejemplo, puede que no sea la mejor opción para tratar un problema con la comida.

– Sólo necesito un par de sesiones: el tiempo necesario para dar por concluida una terapia varía totalmente de una persona a otra y según el problema que tenga.  Si se abandona el proceso antes de que el terapeuta lo aconseje, se quedarán áreas personales sin evaluar que pueden ser decisivas, en las que no se ha profundizado lo suficiente o sin que haya dado tiempo a consolidar los cambios.

– He acudido a una sesión y no me siento mejor, no creo que vuelva: teniendo en cuenta los factores anteriormente mencionados, tenemos que añadir el hecho de que la terapia es un procedimiento científico, por lo que la primera o primeras sesiones están dedicadas a hacer una evaluación personal, recopilar todos los datos posibles y crear una imagen clara y amplia del problema y los factores que influyen, para posteriormente idear un plan de acción e ir dotando al cliente de estrategias para promover los cambios necesarios.

Tomar la decisión de acudir a terapia es un momento muy importante, ya que estamos dando el paso que nos llevará a donde queremos llegar. Por ello hay que tomarlo con calma y evaluar bien todos los factores: a qué especialista acudiremos, si es el momento adecuado, si disponemos de la actitud y tiempo necesarios para trabajar en nosotros mismos, etc. Puede que a la primera no demos con el profesional perfecto para nosotros, pero eso no significa que la terapia sea inútil, sino que debemos probar de nuevo hasta que encontremos la horma de nuestro zapato.

Y ten paciencia, la terapia no es un interruptor, no entras a consulta y mediante un “click” tus problemas desaparecen, sino que es un proceso que necesita tiempo, constancia y esfuerzo, en el que siempre estarás acompañado/a y no sólo solucionarás tus dificultades, sino que aprenderás a prevenirlas y manejarlas por ti mismo/a.

¿Qué es la autoestima?

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Detrás de cada comportamiento, pensamiento, emoción, etc. encontramos la autoestima, ella maneja el modo en el que actuamos con los demás y con nosotros mismos. Es un filtro a través del cual valoramos nuestras experiencias y cómo nos comportamos ante ellas, generando un sentimiento positivo o negativo hacia nosotros, si nos vemos competentes, lograremos aceptarnos.

La autoestima está formada por varios componentes, entre ellos el “autoconcepto” y la “autoimagen”.

El autoconcepto es la visión que una persona tiene de sí misma, de sus cualidades, según las situaciones que ha experimentado a lo largo de su vida. Consiste en el conjunto de características que sirven para definirnos, por ejemplo “soy inteligente” “soy alto/a”, “soy cariñoso/a”, etc. ​

No es innato sino que se va transformando frecuentemente según las experiencias que vivimos, empezando en nuestra infancia, la cual es uno de los periodos críticos.

Este concepto que formamos de nosotros mismos puede coincidir con la idea que los demás tienen de nosotros o no, incluso puede no coincidir con la realidad.

La autoimagen hace referencia a la propia percepción en conjunto, siendo una dimensión más reflexiva, valorativa. Es la representación mental, el resultado de agrupar los conceptos que tenemos sobre nosotros, sumando el cómo nos vemos, a lo que percibimos que los demás piensan sobre nosotros, es decir, la imagen que creemos que proyectamos. Serían las etiquetas que nos ponemos, por ejemplo “soy una persona honesta porque siempre digo la verdad y la gente confía en mí”. Es más estable en el tiempo que el autoconcepto, no se modifica tan fácilmente por hechos concretos (por ejemplo, si nos consideramos honestos porque siempre decimos la verdad pero un día puntual mentimos, nuestra autoimagen seguirá intacta, ya que es un hecho aislado) y  también empieza a formarse en la infancia.

Estas dos dimensiones se integran formando la autoestima, un concepto más amplio y de carácter emocional. Podría decirse que es el concepto que tenemos de nuestra valía, la importancia que le damos a las cualidades que poseemos.

Se basa en todos los pensamientos, sentimientos y experiencias sobre nosotros mismos que hemos ido recopilando durante nuestra vida. Todo ello nos genera una imagen propia que produce un sentimiento positivo o negativo hacia nuestra persona. Dependiendo de ello, tendremos una actitud concreta hacia nosotros mismos: si nos aceptamos, crearemos una autoestima saludable, si no, tendremos una autoestima pobre que nos mantendrá en una lucha interna por salir de infravaloración.

Una vez introducida la autoestima como concepto, os animo a leer nuestro siguiente post en el Blog de Gavima: «¿De dónde nace la autoestima y por qué es tan importante?«.

¿De dónde nace la autoestima y por qué es tan importante?

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La Autoestima no depende de lo que tenemos, ni de lo que somos, sino que es una dimensión emocional, la aceptación que nos brindamos. Por ejemplo, una persona con un salario medio, una casa y una familia puede tener una gran valoración de sí mismo, sentirse competente y realizado, mientras que un jugador de fútbol que gana millones, con varias casas, fama, etc. puede tener una autoestima empobrecida, no estar contento consigo mismo, con su desarrollo personal, a pesar de ser un triunfador a ojos de los demás.

La autoestima no es innata, sino que se va formando y modificando con la experiencia, por tanto está muy influenciada por nuestro contexto, por lo que vivimos diariamente, por lo que la gente opina sobre nosotros.

Atendiendo a Nathaniel Branden, “las personas que gozan de una alta autoestima están lejos de gustar siempre a los otros, aunque la calidad de sus relaciones sea claramente superior a la de personas de baja autoestima”. Las personas que gozan de una buena autoestima son más independientes, más honestas y más abiertas con respecto a sus pensamientos y sentimientos, ya que están seguros de ello. No tienen miedo de decir lo que piensan, a expresar lo que sienten o intentar disimular actitudes, siempre con asertividad, respetando a los demás.

Tener una autoestima firme te permite actuar con integridad, respetando tus valores a pesar de las respuestas de tu entorno, ya que una valoración negativa de otras personas sería aceptada sin más, atendiendo al contenido pero sin dejar que su peso tambalee nuestro esquema.

Sin embargo, el factor más influyente en nuestra autoestima no es externo, no son los demás, ni las experiencias, ni las situaciones, sino nosotros mismos. Somos nuestro peor juez y por ello ser capaces de aceptarnos será nuestro ancla, que nos mantendrá estables a pesar de las tempestades que se avecinen.

Pero, ¿qué es una autoestima positiva? Según Ana Roa García, una buena autoestima no consiste en verse como una persona extraordinaria y maravillosa, con cualidades absolutamente excepcionales, a la que el éxito acompaña permanentemente. Lo que es verdaderamente importante es tener una percepción y valoración objetivas y positivas de uno mismo y aceptarse como es y con todo lo que es, con sus aspectos positivos y negativos, con sus logros y sus limitaciones.

Tener una buena autoestima es tan importante porque es el filtro a través del cual interpretamos nuestra experiencia, ya que no es ésta en sí lo trascendental, sino el significado que le damos. De esta manera, si por ejemplo una persona es despedida de su trabajo, puede aceptarlo e inmediatamente ponerse a buscar otra ocupación, o venirse abajo, pensar que no le van a contratar en ningún otro sitio y rumiar esa idea sin ni siquiera intentar encontrar un nuevo empleo. La autoestima nos da seguridad, lo cual nos permite, por ejemplo, ser capaces de cambiar de opinión si nos damos cuenta de que estamos equivocados, sin pensar que esto nos devaluaría, o defender nuestros derechos, pensamientos y sentimientos, sean cuales sean. Nos permite confiar en nuestras capacidades, vivir enfocados en el presente, actuando y no centrados en el pasado, en la culpa o en los fracasos. También nos permite reconocer los méritos de los demás y disfrutar de las experiencias diarias.

Os animamos a leer la siguiente entrada del blog de Gavima: «¿Cómo se consigue una buena autoestima?«

¿Cómo se consigue una buena autoestima?

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Lo primero de todo es pensar por qué tenemos baja autoestima, qué hecho/s de nuestra vida ha/n supuesto un ataque tan fuerte. Para ello, debemos preguntarnos “¿por qué?” hasta que lleguemos a la raíz. Por ejemplo: “He suspendido el examen”, ¿por qué?, “porque no he estudiado mucho”, ¿por qué?, “porque estaba desmotivado/a”, ¿por qué?, “porque siento que no lo voy a aprobar, ni pasar de curso”, ¿por qué?, “porque he suspendido más exámenes y mis padres y profesores sólo me castigan, no me ayudan a mejorar, desde pequeño/a me decían que no era bueno/a en matemáticas”. Una vez llegados a la raíz, podremos reaccionar y rehacer nuestros pasos.  

En segundo lugar, tenemos que demostrarnos a nosotros mismos lo que valemos, ya que nuestro cerebro no es tonto y va a necesitar pruebas. El problema en muchas ocasiones es que nos planteamos objetivos a muy largo plazo o poco realistas, por lo que nos desmotivamos y acabamos pensando que no podremos con ello. Es necesario plantear pequeñas metas que ir cumpliendo y demostrándonos que podemos. Por ejemplo, si nos proponemos terminar el primer año de universidad, sin pequeños objetivos, el camino se nos hará largo y pesado; sin embargo, cada día que te sientes a estudiar, cada práctica que hagas, cada vez que prestes atención en clase, cada examen que apruebes, etc. son objetivos diarios cumplidos y debes premiarte por ello, darte cuenta de que no has llegado al final del camino pero estás dentro de él.

En el caso de que no se cumplan tus objetivos, por una u otra causa, te sentirás frustrado/a, sobre todo si era muy importante para ti. Por ello, hay que perder el “miedo al fracaso”, el cual aumenta cada vez que evitamos una situación temida. Este miedo sólo sirve para paralizarnos, ya que si te paras a pensar, seguro que en tu día a día sales exitoso/a en la mayoría de las situaciones, por lo que sólo es un fracaso si dejas de intentarlo, si lo asumes y vuelves a probar, lo acabarás consiguiendo. ¿Y si no lo consigues?, pregúntate si de verdad es tan malo el resultado, si tu vida no podría seguir, o si realmente puedes hacerle frente, aceptarlo y cambiar a otros múltiples objetivos.

Es muy importante que reconozcas tus valores y fortalezas, ya que van a guiar tu camino. Tus valores son los que persistirán cuando no consigas lo que te propones, por ejemplo, si consideras que eres educado/a y te ves envuelto en una discusión en la que los insultos y malas formas prevalecen, no te dejes llevar, sé fiel a ti, porque aunque a ojos de tu rival puedas perder la discusión, tú has actuado coherentemente y es todo lo que necesitas para tener la tranquilidad de que tu autoestima no saldrá dañada.

Cuando sientas que te atascas en algo, piensa en logros anteriores, metas que hayas conseguido y analiza qué hiciste para llegar ahí.

Dale siempre la vuelta a todo, piensa en positivo aunque al principio te parezca artificial, lo único que tienes que evitar es quedarte parado. No intentar nada es la principal causa de baja autoestima, ya que se impiden todos los logros, que son mucho más frecuentes y probables que los fracasos.

La autoestima se nutre de verte enfrentarte a retos, tanto si salen bien como si salen mal, lo has intentado y eso es mucho más valioso que quedarse parado. Recuerda, la autoestima decrece con cada miedo que tenemos, y una situación evitada es un miedo creado, así que no dudes de ti, hazlo, y si te da miedo, ¡hazlo con miedo!, hay demasiadas opciones para quedarnos paralizados por un pequeño “no” que te dé la vida.